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sonriendo al cielo

agosto 14, 2010

Autopista Ricchieri. Saliendo del peaje Dellepiane, gano rápidamente mi lugar en el carril veloz. El tránsito fluye aunque levemente congestionado como corresponde a las diecinueve, hora de regreso masivo a lo hogares luego de la jornada de trabajo.

Cien kilómetros por hora, música a un volumen más elevado que el habitual, aprovechando que manejo sólo. Mi Vitara y yo viviendo un momento de distensión casi ritual, que se quiebra en cuestión de una milésima de segundo. De la ínfima sensación de que algo no está bien a sentir que pierdo el control. La pesada camioneta que vira hacia el carril de la derecha por voluntad propia. Giro el volante para corregir la dirección, y lo único que logro es comprobar que no responde a mí. La leve pérdida de trayectoria se transforma en abruptos giros que me pasean violentamente por los tres carriles. La camioneta gira sobre sí misma, dejándome enfrentado al tránsito, desesperadamente aferrado a un volante inservible, tratando de adivinar cual de los autos que se me vienen encima compartirá conmigo un futuro incierto, pero seguramente crítico.

Mientras la camioneta gira sin dirección, mi cabeza se mantiene estable. No siento miedo, aunque presiento la posibilidad de un final trágico. Esos cerca de quince segundos, en los cuales suelen decir que se nos pasa toda la vida por delante, fueron usados por mi mente –insólitamente fría y calculadora- para alegrarme de no estar viviendo esto con un acompañante. Indudablemente la tranquilidad que tuve no hubiese sido posible si hubiese estado también en juego la vida de alguno de mis hijos, o de cualquier otra persona.

Repentina y caprichosamente la Vitara cambia de dirección precipitándose marcha atrás para impactar a unos ochenta kilómetros por hora contra la división de hormigón que separa ambos carriles de la autopista. El golpe es de tal violencia que rompe el eje trasero desprendiendo una rueda.

El auto detiene su alocada marcha, y contra todos los pronósticos posibles, luego de tantos giros y contragiros atravesando los carriles, no involucró a ningún otro auto. Pareciese que mi pericia volanteando (¿la tuve?), o lo que es más creible, la habilidad de quienes manejaban sus autos cerca mio, permitieron que el sepenteo caprichoso no provoque un drama.

Finalmente todo pasa y puedo salir de la trampa móvil. Es el momento de lamentarme, darle un rodeo a la camioneta semidestruida y amargarme por el costo de un arreglo que a hoy no puedo afrontar, o hace lo que hice, mirar al cielo y sonreír. Volví a nacer.

2 comentarios
  1. Wow! Leer tu relato me pone en conflicto con lo ateo que estaba creciendo en mi interior!

  2. Pensar en la posibilidad de una voluntad divina caprichosa colabora también en mí fortaleciendo mi aspecto ateo. Pero de cualquier manera prefiero catalogarme de agnóstico, y por ende, aceptar que las reglas del universo pudieron estar esta vez a mi favor.

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